Por primera vez en mucho tiempo, ganó el juego y no los números.
Luka Modric es la representación de que lo cuantitativo, algunas veces, puede sobreponerse a cualquier cosa. Y mientras eso pase, seguimos teniendo esperanzas.
El premio al juego en el pasado Balón de Oro causó revuelo, como era de esperarse. Una sociedad estúpida y carente de análisis siempre emitirá una opinión pública con alto grado de ignorancia.
Griezmann, Messi, Cristiano, Mbappé… Siempre será así. Siempre el ganador ‘justo’ será aquel que no ganó. La corriente es ir en contra, no importa más.
Por suerte, el croata sacó la cara por una escuela que desde hace tiempo debía ser premiada: los cerebros.
Todos recordamos a Xavi e Iniesta, también recordamos que ambos hicieron méritos más que suficientes para llevarse el premio.
Incluso Wesley Sneijder lo merecía en 2010…
La hegemonía del argentino y el portugués apuntaba claramente a los números, pese a que hubo temporadas donde, la verdad, no había ninguno mejor que ellos.
La única diferencia fue en que esta campaña ellos no fueron los mejores y no recibieron el premio.
Digamos que esto de la justicia es algo nuevo en la FIFA.
Modric es un jugador único en todo el panorama del fútbol mundial. Tan único como diferencial. Es de los pocos que puede jugar como enganche, ubicarse como volante mixto y replegar como un pivote clásico.
Sí, es un todocampista.
Era quien hacía jugar a un Real Madrid histórico. El cerebro del rey.
Fue el capitán de una selección subcampeona del mundo, aún cuando todo estaba en contra.
Claramente no se premiaron los títulos, lo cual es perfecto. Para ello están los reconocimientos individuales que los mismos otorgan tras jugarse la final.
La figura individual, el rendimiento en su equipo, el contexto donde se desarrollaba y la importancia de su presencia deben ser los criterios que rijan este trofeo.
Y vaya que fue así esta vez.
¡Felicitaciones, Lukita!