Domingo, 9 de diciembre. 30 días desde aquella final en La Bombonera. 10.039 kilómetros de distancia transcurridos, y aún nadie sabe quien ganó la copa.
Quizá, triunfó la independencia de la CONMEBOL sobre el continente. Es posible que ganara Independiente, pues siguen siendo los reyes de copa. O, tal vez, independientemente de lo que sucediese en Madrid, ninguno de los equipos en cancha ganaría.
Lo que tenía que ser la mejor final en la historia del fútbol, pasó a ser otra cosa. Aún no se qué. Pero aseguro que no fue aquello que tú y yo esperábamos. ¿Fue una final, siquiera?
River Plate remontó el partido y acabó el mismo con un marcador favorable. Técnicamente, vencieron al rival, Boca Juniors. Eso, vencer. Y ya.
Es imposible ganar cuando en tu campo ocurrió el mayor bochorno en la historia del fútbol argentino; cuando tus directivos son impunes ante las sanciones (¿O qué tanta diferencia hay con respecto al 2015?) y cuando, sobre todo, perdiste la esencia del juego.
Boca Juniors es doblemente perdedor. Perdieron el partido en el que ya ambos habían caído, y también perdieron la oportunidad de demostrarle al mundo qué podía hacer ese equipo dominante durante los dos últimos años en la Superliga.
Aún tiene esperanzas en sus sanciones… En que sean leídas, supongo. Pues, si Cunha pitó en Madrid, nada tiene validez.
Una vez más, Sudamérica fue el foco el espectáculo, pero uno negativo. Entonces sí, una vez más. Desde hace años el mundo entero voltea a este continente a ver lo más bizarro, irreal e ilógico en cuanto a sociedades. Somos el MTV de la comunidad internacional.
Por otro lado, en un rincón de Avellaneda, hay personas celebrando. Allí ganó el rojo y no la franja roja. No hubo espectáculo característico y su nombre sigue apareciendo en lo más alto de la competencia, teniendo siete grandes argumentos para respaldar la posición.
Entonces sí, ellos ganaron por el simple hecho de que no perdieron. Y los otros dos, Boca y River, lo perdieron todo. Incluyendo mi respeto.