Venezuela atraviesa una crisis producto de un gobierno izquierdista.
No es la peor crisis del mundo, pero sí es la peor crisis que ha atravesado dicho país. En algún punto, pareciese que nada funciona. Pero he allí donde las oportunidades emergen, y el fútbol lo ha comprobado.
Un subcampeonato en el Mundial Sub-20 no es poca cosa.
La migración ha dejado cosas buenas, aunque parezca irónico. Sudamérica, e incluso otras ligas de segundo escalón, han encontrado en Venezuela un mercado atractivo, interesante.
Jugadores bien desarrollados, jóvenes con experiencia en primer nivel (por la regla del juvenil en el actual formato) y deseosos de salir. Salir a mostrar su talento en el exterior, salir de una dictadura que ve como día tras día arrolla todo lo que está a su paso.
Chile ha sido de los primeros clientes. Reconocen que pueden salir airosos en cuanto a calidad rendimiento-precio en distintos fichajes.
Más allá de refuerzos de calidad, hay una oportunidad de negocio inmejorable.
Mientras tanto, los clubes han ido mejorando (aunque con mucho por mejorar) el producto; haciéndolo más exportable cada día.
En Venezuela no hay cultura de fútbol. Los equipos no venden productos al público porque no hay demanda. Las personas no acuden a los estadios porque el riesgo de ser víctima de la inseguridad es más grande que el espectáculo mismo.
Los clubes se oxigenan con la participación en torneos CONMEBOL y la venta de jugadores.
Entonces, no pudiste participar en competiciones internacionales, pero expusiste a un par de juveniles toda la temporada que, al final de la misma, acumulan 30 partidos y aún no son mayores de edad. Un club internacional los compra. Ganaste.
El fútbol venezolano es cada vez más visto. Y muchos se acercan a él, como sucede por el petróleo.
Los jugadores extranjeros también ven al país con buenos ojos, pues la liga se presenta como una oportunidad de relanzar sus carreras o brincar a un mejor contexto.
Eso sí, el riesgo es alto. Y no todos están dispuestos a arriesgarse.