Los goles del Atlético de Madrid son obras. Y el francés es el autor intelectual de ellas.
La madurez de Antoine Griezmann puede determinarse por dos aspectos: la regularidad en sus cortes de cabello y su función dentro del campo.
Mucho cambió desde aquel delantero que brilló en Anoeta con la Real Sociedad. Luego de fichar por el club de Madrid, evolucionó y estableció un nuevo objetivo personal: potenciar.
Potenciar a su club mientras potencia a sus compañeros, generalmente otro atacante.
Por eso, Antoine presenta características distintas al típico delantero, pero también al típico 10. Tiene cosas de ambos y a la vez de ninguno. Es una nueva especie en el fútbol mundial, que podría tener mucha incidencia en la evolución del deporte durante los próximos años.
A veces silencioso, otras ocasiones escandaloso. Él es así.
Pese a que es un delantero con gol, no es ahí donde brilla. O donde brille más. Como autor intelectual de jugadas es que encuentra ser de lo mejor. Incluso sin tocar el balón, su ubicación es clave.
Es decir, no es solo su último pase. Su penúltimo pase también te hace delirar.
A lo largo de su carrera en la élite, sus contextos lo han favorecido, exaltando su rol. Ha vestido la camiseta de cuadros pragmáticos.
¡Ganó un mundial con la Francia más pragmática que se ha visto!
Y allí, en medio de tanta lógica y normalidad, hace diferencias al intervenir. Da un “plus” completamente diferencial.
Se vuelve determinante por él, y porque su equipo así lo desea.
Ha potenciado a bestias del gol, como Diego Costa. Y también ha hecho funcionar a Olivier Giroud en nuevos roles que no incluían gol. Definitivamente, es él.
Aún no se entiende del todo su rol en la actualidad.
Los espectadores no están preparados para ver un futbolista bueno que no siempre tenga que intervenir.
Pero de esto se trata la magia, el arte de lo que no ves.