Ernesto Valverde es un tipo de fútbol, no de ajedrez. Y esto, en Barcelona, es un problema.
El entrenador español no es del agrado de la mayor parte de los seguidores culés, pues el Barcelona no debe ser un equipo pragmático. Nunca lo fue y no tiene por qué serlo ahora.
Priorizar los resultados en la misma década que inició dando más importancia a los pases dados que a los números del marcador, representa un cambio drástico para los que no todos tienen tolerancia.
Sin embargo, Valverde ha tenido que actuar así como estrategia.
A veces, solo a veces…
La sobrepoblación del equipo español en el medio del campo ha llevado a gestionar un plantel en dicha zona del campo. O al menos hacer el intento.
Entre Rakitic, Arthur, Busquets, Aleñá, Coutinho y Vidal tienen que jugarse tres puestos.
Entendiendo que el croata es tan inamovible como Messi a los ojos de Valverde, solo quedan dos puestos. ¿Pueden convivir Arthur y Busquets? Pareciese probable.
¿Vidal o Arthur? Es el gran debate. A la par, Coutinho sería borrado. Su rendimiento actual también influiría.
Las preguntas son demasiadas, las decisiones son pocas.
Cada XI del Barcelona es una incógnita, pues pareciese que en cada uno se intentase algo distinto al anterior. No hay regularidad, y así la identidad se visualiza a años luz. O no se visualiza, siquiera…
Detrás de los cuestionamientos, hay compras innecesarias.
El gran problema actual del Barcelona nace desde una pésima dirección deportiva que, más allá de dar profundidad al banquillo, acaba “quemando” jugadores y limitando aún más el plantel.
El jugador estrella de suplente no rinde.
Un revulsivo, en cambio, sirve en Barcelona, en China, en Irán y la MLS. Sirve en todos lados.
Los roles son distintos, y de allí nacen los fichajes: de la buena interpretación.
De lo contrario, el Barcelona estaría siendo manejado como un club de FIFA. Y considero que el equipo se encuentra un poco lejos de eso, solo un poco.